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Tribus montañeras II

Armisticio forestal en la Foradá

El consejo había sido convocado y ahora mis hermanos de horizontes infinitos van llegando al círculo de la claridad. Venidos desde el rincón de la Torreta, los alpinos ocupan su lugar; también los del Bolón excursionista y desde otros pueblos de la nación montañera; y una nueva raza de amazonas llamadas “pies de gatas” ocupan asiento en el gran consejo.

Los tambores, que han rasgado el viento de este valle desde hace varias lunas, nos han traído hasta la meseta petrerí, patria de los guerreros del Perrió. El

compás monótono y grave, y el vibrar de las tensas pieles, han bajado su estridencia y ahora ronronean pausadamente, anunciando el inminente encuentro, como acunando voluntades que apacigüen iras y amansen parlamentos. Tres generaciones de botas negras y garras trepadoras se han reunido y, junto a sus jefes, aquí están sus mejores guerreros y algunos hombres sabios para este vital consejo.

Mi sorpresa y mi alegría, bailan con el dios de la esperanza, al descubrir los ojos del pequeño Bru, la tercera generación que ya eleva su mirada infantil sobre los desplomes de la Foradá, en sus primeros juegos con la roca. Sus asombradas pupilas presencian la escena y parecen advertir la inminencia de la dialéctica confrontación y su cuerpo se acuna en el regazo materno, como sabiendo que es pronto, para que él entre en batalla. Siendo heredero, todavía le corresponde hacerlo a sus mayores.

Mis viejos y cansados ojos descubren en aquel guerrero futuro, el fulgor efervescente que mi alma necesitaba, rendida tras muchos soles, agotada y herida en incomprensibles emboscadas sobre estas montañas. Noto como su fuerza hace palanca en mi pecho, y me incendia de nuevas ganas, abriendo paso a los dioses que han venido en mi salva y, cuando ya la luna, cuasi plena, perfiló brillos sobre el Trono de los Dioses del Valle, se iluminó la legendaria y alta umbría para mostrarnos, como paloma de alas desplegadas, la luz que enmudeció los grandes tambores de la guerra.

Sentados en círculo, en imaginario fuego de campamento, pienso que aquí están los mejores; los que han decidido luchar por su pueblo, las tribus de las montañas. Respiro hondo y saludo al General Forsyt, quien, de motu propio, ha venido en avanzadilla a ofrecer su parlamento. Trae bandera blanca, el rostro impasible y en su bocamanga galones forestales, como gran Jefe blanco de la actual ocupación de unos territorios que siempre fueron libres.

Algo de recelo se palpa en el ambiente, pero no se ahorran las palabras, ni se disfrazan, ni se cubren con el harapo de la disculpa que no se siente. __Vengo a saber que os pasa__ y expuso su opinión el gran Jefe Forestal.

“Un paisaje no lo es, si no hay un ser humano que lo admira. Él es quien le da el alma a la montaña y la convierte en caminos para la mente soñadora.”

Es la madre de todas las palabras pronunciadas. Son los ancianos quienes primero hablan. Al principio, el recelo mantiene las bocas cerradas. Los guerreros más Jóvenes, expectantes, parecen no saber cuándo ni cómo, desahogar el dolor tanto tiempo contenido, ni cómo encauzar la frustración contra un ordeno y mando sin razón, tantas veces escuchado y repudiado. Pero cuando ya las lenguas han calentado las bocas, rayos y centellas acusadoras, lanzas que son lamentos y hachas buscando cabezas, van y vienen vaciando dudas y enervando cuerpos, arto tiempo doblados por la indignación.

“No hay  más demonios en la montaña que aquellos que dicen salvarla, poniendo un precio por ello.”

En el fragor de la batalla, el pequeño Bru sigue atento y callado. Parece que está dormido, pero sólo descansa, pues a buen seguro ya entiende que, ésta, será en el futuro su cíclica batalla contra la incomprensión y el egoísmo de una administración cegata. Él, ya sabe que la montaña es de todos y en esto se resume la filosofía que, callado y en silencio, mama.

En el círculo, las proclamas se suceden:

“No es la cumbre el destino, sino el pretexto. Es el camino, que aflora el pensamiento con cada latir de las botas del montañero y le hace libre, como el pensamiento,”

Expuestos los argumentos, hechas las denuncias, suplicados los deseos y escuchados sus opuestos, se agota el parlamento, pero todos advertimos que, tras el colectivo desahogo, algo ha cambiado en nosotros. Ni sables, ni hachas están ya en alto, ni este Forsyt se parece a aquél, de tan triste recuerdo, pues llegó un general y ahora se marcha un amigo.

La luna ya había cruzado el valle cuando la gran pipa dejo de humear. Miré a un cielo sin estrellas, matado por la luminosa ciudad, y soñé con un mañana radiante de sol en las alturas, un mañana que me devuelva la libertad de las cimas, que ahora presiento posible.

“Una cumbre no pertenece a quien la encuentra, sino a quien la busca.”

“Siempre es un error no querer compartir las cosas buenas que rara vez nos da la vida.”

Demasiadas palabras arrojadas al precipicio de los sentidos; demasiadas leyes amontonadas unas sobre las otras, para poder encontrar la justa y cabal; demasiadas propuestas que no convencen, pues sólo buscan apaños, cuando se lucha por una paz duradera, largamente ganada con sangre, sudor y lágrimas.

El último botas negras

 

juanmaestreca@hotmail.com

 

 

 

 

Autor: 
Juan Manuel Maestre Carbonell Grupo Literario y Montañero Cuentamontes